Si llevas tu infancia contigo, nunca envejecerás
Tom Stoppard

Llueve, y el olor a mojado recuerda aquello que una vez fuimos pero que ya no seremos más. Con el paso de los años hemos perdido la inocencia, la espontaneidad, la ingenuidad y la candidez de la infancia, para bien o para mal. En cualquier caso, ya no hay vuelta atrás. Quizá alguien todavía sea un poco Cándido, o Cándida, a pesar de su edad, del mundo en el que vive y de las malas compañías. Por eso resulta sorprendente que este personaje, protagonista del relato de esta semana, desafíe, casi sin pretenderlo, los avatares que el destino le tiene preparado y a quienes osan cuestionar su madurez y credulidad haciendo alarde de inteligencia, experiencia, maldad o picardía.
Fue allí, en aquella modesta habitación de hotel, cuando una inesperada llamada a medianoche precipitó el devenir de los acontecimientos, dejando al descubierto la esencia de cada cual, la debilidad de las palabras, la cobardía de los actos o la miseria de algunas intenciones. Y tal vez aún podamos creer que la justicia poética existe realmente si la bondad y las buenas acciones finalmente son recompensadas. O tal vez no.