El arte es el más bello de todos los engaños
Claude Debussy
Voilà! ¡Aquí está! Y es entonces cuando el mago saca de su chistera el conejo blanco. No el de Alicia _que tiene mucha prisa_ sino el del espectáculo de ilusionismo. Las fronteras entre la verdad y la mentira, la magia y la realidad, la expectativa y la evidencia se difuminan dejando tras de sí un rastro de estupor y desconcierto, el mismo que sienten los espectadores en el patio de butacas cuando encuentran a los actores en el pasillo, borrando los límites de lo establecido, rompiendo moldes y provocando confusión. El objetivo es doble: engañar e incomodar al otro, y quizá no tanto sacudir sus cimientos e inclinar sus convicciones como hacerle flotar en el vacío por un instante. En esa ingravidez se sitúan lectores y autores cuando se sumergen en la obra que tienen entre manos y de repente se descubren protagonistas de esas hazañas, o quienes, como los pájaros ante las uvas del cuadro de Zeuxis, tienen que emprender un nuevo rumbo porque la realidad ha resultado ser un ilusorio trampantojo.
