CLAS DE EL COTO

Austerlitz

W.G. Sebald

El Club de Lectura de El Coto de los Miércoles hablará de esta novela el 24 de febrero.

Austerlitz es una novela que, como casi toda la narrativa de Sebald, se basa en la experiencia de un narrador que comienza siendo el protagonista para luego volverse difuso en la peripecias de los personajes. En esta ocasión, se encuentra con Jacques Austerlitz, que, en distintas charlas a lo largo de una amistad duradera pero basada en citas ocasionales, narra la historia de la reconstrucción de su propia identidad, llena de agujeros, datos inciertos, sensaciones ambivalentes. Austerlitz está buscando “su tiempo”, el de su familia, el de su historia. Y esa “vuelta” al pasado está motivada por su necesidad (siempre presente) de comprender mejor “su presente”, su molestia permanente, su sensación de no lugar, su falta de identidad. Y ese tiempo (y el de esa búsqueda) no puede ser lineal. Eso está claro, para Austerlitz y para nosotros, desde el inicio de la novela, porque desde el inicio de su vida, según le cuenta al narrador, no hay punto de partida ni de llegada. No hay origen. No hay una figura previa para consumar, para cumplir. Dice Austerlitz: “toda mi infancia y juventud […] no supe quién era en realidad”. Necesita, desde sus primeros años, datos para poder construirla, sembrar raíces y poder desplegarlas. Necesita datos para armar su historia, ordenar su tiempo, darle sentido a su existencia. Por eso, Austerlitz cuenta con un gran acervo de otros datos. Austerlitz es un erudito, un historiador del arte; pero son el desconocimiento y la necesidad de aprehender su verdadera identidad los que desencadenan el inicio de esa búsqueda (y de ese, su tiempo).

(Extracto de «Entre el tiempo y la historicidad: reflexiones sobre Austerlitz, de W. G. Sebald«, de Gilda Bevilacqua, de la Universidad de Buenos Aires, en História da Historiografia: International Journal of Theory and History of Historiography, v. 7, n. 16, 2014.)

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CLAS DE EL COTO

Velocidad de los jardines

Eloy Tizón

Este es el libro de relatos que está leyendo el Club de Lectura de El Coto de los lunes.

El 22 de febrero lo comentaremos.

El autor ha dicho:

“Todo aquel que no se pliegue dócilmente a los dictados del mercado debe ser consciente de que no va a tenerlo fácil; ha escogido un camino en rampa, áspero, lleno de dificultad y con muchos escollos. Necesitará una buena dosis de sentido del humor junto a una gran capacidad de resistencia para superar los mil inconvenientes y mantener viva la llama a lo largo de años y años. Su auditorio será reducido y apenas ganará dinero con ello. Las satisfacciones —que también las hay, y nada desdeñables— provendrán de otro lado, del placer generado por el propio trabajo, del aprecio de unos pocos contemporáneos y una minoría de lectores exigentes. Con franqueza, no creo que el escritor literario llegue a extinguirse del todo; ni siquiera los regímenes totalitarios más atroces, fascistas o comunistas, lo han conseguido. Por muy poderoso que sea, ningún mercado impedirá que un loco se encierre, a solas en su cuarto, pese a quien pese, para producir belleza y emoción; y que otro loco, más tarde, lea esas páginas. De hecho, estoy seguro de que en este mismo instante, en algún lugar del planeta, esto ya está sucediendo.”

“Escribir, para mí, es tener ganas de escribir. Ganas de que haya algo donde antes no había nada. Ganas de llenar un hueco. De cubrir un vacío. De salvar del olvido algo, algo pequeño, irrelevante, de poco peso, como el color del cielo una tarde, el traje arrugado de Pablo o las mechas en la melena de Mónica. Cualquier cosa”.

“Me importa mucho la voz, las voces. De hecho, no termino de arrancar y le doy muchas vueltas al material hasta que no estoy bien seguro de saber cómo habla el narrador, qué entonación emplea, de qué giros se sirve, cuál es su música. Es casi lo único que necesito para ponerme en marcha. Cuando consigo sintonizar con nitidez la voz —las voces—, el resto me preocupa poco, no necesito saber el argumento ni tener planificado nada; me lanzo sin más. Confío ciegamente en la voz. Estoy de acuerdo con Borges cuando afirma que «saber cómo habla un personaje es saber quién es, que descubrir una entonación, una voz, una sintaxis particular, es haber descubierto un destino.”.