CLA DE CONTRUECES, CLA DE EL POLÍGONO, CLA DE GIJÓN-SUR

Carboneras, de Aitana Castaño y Alfonso Zapico

Biblioteca de Contrueces, miércoles 27 de octubre, 10,30 horas

Biblioteca de Gijón Sur, miércoles 27 de octubre, 18,30 horas

Inscripción

Aitana Castaño y Alfonso Zapico, dos hijos de la cuenca minera asturiana embarcados en la tarea de reivindicar su historia

Me gusta contemplar desde el sillón cómo el agua golpea con fuerza los cristales. Sobre una pequeña mesa coloco una taza de té bien caliente y me tapo con una manta de cuadros roja, la misma con la que tapaba a mi abuela. Comienzo a leer mientras Nora, mi perra, se acomoda en la alfombra.  A veces leo en voz alta. Ella me mira atenta como si comprendiese mis palabras.

Escucha, Nora, en este libro de Carboneras hay un capítulo que se titula “Tres milhojas”, ya sé que a ti te gustan más los bartolos de Sama, pero para la pequeña Evelina no había mejor manjar que un milhojas de la famosa pastelería el Paraíso después de salir de la consulta del médico. Ya se acercaría otro día hasta Mieres su madre para comprar unos botones, unas botas más decentes para su hijo mayor y la achicoria para hacer el café por las mañanas. El poco dinero que le quedaba en la fardela valía la pena gastarlo para ver la felicidad en la mirada de su hija. Todo lo demás, como Clementina decía, podía esperar.

Las historias que se cuentan en este libro acontecieron a finales de los años cincuenta, principios de los 60. Yo nací en 1968. Vengo de una familia obrera. Mi abuela recogía el carbón de la playa para calentar la cocina y sembraba la tierra. Siempre había leche de casa y huevos, y también algo de la huerta. Mi madre trabajó en el economato de la fábrica donde trabajaba mi padre. Tenía una libreta donde apuntaba lo que debía la gente. Aceite, jabón, azúcar…lo imprescindible. A veces el jornal no llegaba, eran muchos los hijos y poco lo que quedaba. Era una libreta como la de Delmiro el panadero o Benito el tendero, que tenía un reloj de cuco. Mi padre siempre quiso tener uno porque decía que la maquinaria suiza era la mejor. Siempre le llamó la atención el funcionamiento de los objetos y esto le llevó a recibir un curso en los años cincuenta para hacer una radio. La colocó encima de una mesa de madera, debajo de un tapete hecho a ganchillo.  De noche, con el ganado ya listo y con el volumen muy bajo, toda la familia se sentaba a escuchar las noticias que llegaban desde Radio Pirenaica, una radio clandestina muy escuchada por todos en Montecorvo, lugar donde acontece la vida de Carboneras. Era la voz del partido comunista en el exilio. “Habla Radio España Independiente. Estación Pirenaica”. Así abría la emisión el locutor José Echenique.

Desde Radio Pirenaica, Dolores Ibárruri hablaba del papel de las mujeres en la resistencia de los trabajadores cuando estalló la huelgona o huelga del silencio en el año 62. “Ellas han luchado en la calle defendiendo no sólo las reivindicaciones económicas de sus maridos y de sus hijos, sino el derecho de éstos a la huelga. Audazmente y sin temor a las Fuerzas Armadas, iban a las entradas de las minas a impedir el esquirolaje. Gritaban su encendida protesta contra la miseria de su vida”.

Las carboneras de Montecorvo eran capaces de enfrentarse a todos y a todo.  A aquellos que no secundaban la huelga les arrojaban maíz a la entrada del pozo.  Era una forma metafórica de llamarles gallinas, cobardes por apoyar al patrón. No tenían miedo, ni siquiera a ser detenidas.

Estamos en otoño, la calefacción está apagada y las zapatillas de borreguillo guardadas en el armario. Sin embargo, siento un frío que se mete por mis huesos y la dolencia de mi brazo tendinoso se agudiza. Subo la manta hasta el cuello y encojo mi cuerpo cuando leo cómo a Maruja, la jefa de las carboneras, le rapan la cabeza, la torturan, la violan y le meten una pistola por el culo en uno de tantos interrogatorios. Práctica habitual del coronel Trujillo.

Recuerdo hace años, en la parada del autobús, una mujer comenzó a hablar conmigo diciendo: “Con Franco se vivía mejor”. Me pregunto qué le respondería una carbonera. Ellas, mujeres invisibles en la historia, lucharon para sacar a la familia adelante. Trabajaban en casa y escogiendo el carbón. Pasando frío, hambre y todo tipo de vejaciones. Ellas conocían bien el significado de la palabra sororidad. El miedo siempre estaba en los bolsillos bien sujeto con las manos para que no se escapase.

Las mujeres de la Cuenca marcaron el camino hacia la libertad. El 20 de noviembre de 1975 las copas sonaron en un brindis.

Texto de Mar Martín Martín

Qué mejor manera de iniciar esta nueva temporada del club de lectura que volviendo la mirada a una de nuestras señas de identidad como comunidad y hacerlo, además, de la mano de dos artistas apasionados de su herencia. Aitana Castaño y Alfonso Zapico vuelven a unir su talento, tras el maravilloso «Los niños de humo», en «Carboneras».

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