En nuestra lectura del mes de marzo volvemos la vista al territorio nacional con Tiempo de inocencia de Carme Riera quien, a su vez, regresa a su infancia en esta obra en la que recoge sus vivencias en la Mallorca de los años cincuenta.

«La Mallorca que muestran estas páginas se parece poco a la actual. Los cambios acaecidos a partir de los años sesenta, con la llegada masiva de turistas, modificaron la fisonomía de la isla. Donde había algarrobos, olivos, almendros o pinos se sembraron hoteles, bloques de apartamentos, tiendas de suvenires. Crecieron desvaríos de cemento armado. Dejar constancia escrita de aquella época me ha permitido, en gran manera, recuperarla».
«Para bien o para mal, hay muy pocas cosas de mi vida que no tengan su punto de partida en la infancia».
La novela es tanto un recorrido por la infancia de la autora como lo es por la Mallorca de mediados del siglo pasado, y en el que todo se nos cuenta a través de los ojos de una niña. Así, a lo largo de sus páginas asistimos por ejemplo a las inquietudes que en ella despiertan sus primeras lecturas, los temores y fantasías que le inspiran las historias de su abuela, o las prohibiciones que le imponen sus padres y la sociedad de la época. Contando estas y otras experiencias, la autora reconstruye, desde sus recuerdos personales, un mundo infantil ya desaparecido; al mismo tiempo, nos permite revivir también otro periodo perteneciente ya a la memoria nacional colectiva, en tanto que describe el panorama de la vida familiar mallorquina en la España del siglo XX, en plena época franquista.
Además de su trayectoria como escritora, Carme Riera es catedrática de la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de la Real Academia Española. Entre sus novelas, ampliamente reconocidas por la crítica y traducidas a varias lenguas, destaca por ejemplo Dins el darrer blau, por la que ha sido premiada en varias ocasiones. Así mismo, entre su producción se encuentran varios ensayos, y numerosos artículos de prensa como los que escribe para La Vanguardia.

Durante la reunión, quienes participamos en ella apreciamos la austeridad del lenguaje preciso y las palabras muy escogidas con que la autora relata los que fueron sus primeros 10 años de vida, que transcurren en el mundo rígido y solitario de una «possesió» mallorquina, esencia del gran poder rural de la época; en un ambiente erudito, alejado de las demás clases sociales, donde aquella niña vive entre el miedo y la culpa -productos ambos de una estricta educación religiosa-, el frío intenso del invierno, los sabañones y la oscuridad, y también las carencias comunes a otras infancias, aunque para nosotras las suyas no lo fueran tanto. Un momento que la autora revela de una inmensa soledad que conmueve, en la que su madre está ausente y también sus hermanos, destinados a otra educación, mucho más allá de las «ciencias del adorno» pensadas para ella, y a otra vida, mucho más rica y libre.
Es una novela agradable, fácil de leer que, sin embargo, no transmite gran emoción. Algo que impidió que conectáramos con la historia como nos hubiera gustado, quizás porque la autora pasa demasiadas veces de puntillas y no se para en situaciones que lo merecen. Con todo, tiene escenas de humor y detalles que gustan como cuando habla de que los cipreses «cantan», el desagrado que la pequeña siente por los espejos en los que ve reflejada su supuesta fealdad, o su miedo a que le crezca bigote como a su padre, de tanto parecerse a él. Lo que nos recordó a la película Las niñas dirigida por Pilar Palomero. Por otra parte, sorprende la ausencia de temas como la guerra civil o la posguerra tan importantes en la época en la que se desarrolla la historia, quizás por la necesidad de sus personajes de ser pragmáticos, continuar y dejar todo ello atrás.
La obra carece de trama, y más que una novela es la crónica de una niñez que la autora escribe y dirige a su familia, en especial a su nieta recién nacida. Nuestra patria es nuestra infancia, dice Rilke. Los años de la niñez son determinantes, y creemos que la autora pretende generalizar esos recuerdos, pero no llega a conseguirlo. Es por ello que consideramos la obra una novela fallida, porque ese dirigirse a un público tan concreto resta emoción y «enfría» el relato, y porque no logra universalizar esa infancia y esa Mallorca idealizada que relata, como sí lo consiguen novelas como la ganadora del Café Gijón 2019, West End de José Morella, ambientada en la Ibiza de los años 60-70. También yerra, desde nuestro punto de vista, al elegir la voz narrativa. Es la niña la que cuenta la historia, pero lo hace como adulta que recuerda sus sentimientos infantiles, y eso choca.
El epílogo nos gustó mucho, aunque parece una contradicción con el resto de la obra, pues en él Carme Riera muestra su nostalgia por un tiempo ya perdido, que sin embargo recuerda infeliz.
Y finalizamos la reunión hablando de la traducción. El libro está escrito originariamente en mallorquín y traducido por la propia autora al castellano, algo muy poco común entre los escritores, que no suelen ser partidarios de la autotraducción, que dejan en manos de especialistas en la materia. Una de nosotras se atrevió a leerlo en esa lengua, con todas las dificultades que ello supuso para una persona conocedora del catalán pero no familiarizada con el mallorquín. Toda una experiencia que nos transmitió, y a través de la que pudo apreciar la mayor carga emocional que la lengua materna imprime al relato.