Escribir es un camino. Como un latido furtivo primero, y después como algo que contemplamos con ojos ajenos desde el interés y la admiración, la escritura se va revelando como forma de expresión de una manera muy sutil pero imperiosa a la vez. Las emociones que habitan los suburbios de la mente se agitan y se hacen corpóreas. Cada parte de nuestro cuerpo es morada de los pensamientos y trasunto de ellos. Al definirlos, se dotan de entidad y presencia y revelan también sus carencias y limitaciones.

Esas concreciones no tendrían sentido si no formasen parte de un entramado más profundo. Con la cara y la cruz como factor determinante para la toma de decisiones, a partir de la estructura clásica de introducción, nudo y desenlace, e introduciendo la técnica del reloj narrativo, desvelaremos la intriga que se desprende de una historia de amor en un edificio en llamas.